El volumen Lectura y pandemia, publicado este año por editorial Katz y adquirido recientemente por el Centro de Documentación e Información Educativa Alicia Pifarré para formar parte del acervo de su Biblioteca Pedagógica, propone una puerta de acceso a la reflexión en torno de algunas consecuencias que impuso la irrupción de la pandemia en el ámbito de la lectura.
En el primer capítulo del libro, titulado “Lectura y pandemia”, conversan Roger Chartier y Nicolás Kwiatkowski. El autor de la célebre Historia de la lectura en el mundo occidental inicia su exposición con la advertencia de que el gesto extendido para leer libros y revistas, durante la pandemia, fue el de trasladarse a su forma electrónica. No existen dudas de que la digitalización de la sociedad comenzó mucho tiempo antes de la pandemia, pero la irrupción de esta aceleró ese proceso. En este sentido, Chartier muestra con datos estadísticos la crisis editorial que desató esta creciente digitalización y se interroga acerca de la posibilidad de lo que denomina una “edición sin editores”. En particular, le interesa conocer si la tendencia a satisfacer la lectura de un modo digital se mantendrá sin que los lectores se preocupen por encontrar versiones impresas en librerías o bibliotecas.
El autor define nuestra existencia en términos de “existencia confiscada por las pantallas” y diferencia la lógica de lo digital de la lógica de lo impreso. La primera define una lectura temática, tópica, algorítmica; la segunda, en cambio, se configura como una lógica del pasaje, del viaje, en la que el lector es un peregrino que va en busca de lo inesperado. La lógica de la lectura digital vuelve previsible al lector, en tanto el algoritmo, que no es azaroso, permite encontrar lo que se espera; en esta lógica, texto y lector se convierten en bancos de datos.
En un momento de la conversación, Chartier afirma que “es un error creer que da lo mismo leer un texto frente a la pantalla que leer ese mismo texto en un libro” (p. 45). No se trata de experiencias equivalentes, sobre todo porque las pantallas no son libros. El autor explica que en dispositivos como el rollo, el códex y el libro, existe una ligazón entre el soporte y el objeto; la pantalla, en cambio, se encuentra desligada del texto.
En este contexto, Chartier advierte que actualmente corremos el peligro de que la lectura digital someta a las lecturas de cualquier orden y naturaleza. No obstante, opina que no se trata de la superioridad de un modo de leer sobre otro, sino que estamos frente a deseos y experiencias diferentes. El autor señala el intento de las minorías digitales por dominar el espacio de lo público y, en ese sentido, propone líneas de acción en defensa de “un sistema de valores que está en riesgo de ser destruido” (p. 52).
En el segundo capítulo del libro, titulado “El espacio público”, conversan Daniel Goldin y Roger Chartier. Este último vuelve sobre la idea de la creciente imposición de un espacio público virtual, en el que se modifican categorías fundamentales como privacidad, intimidad, identidad, amistad… Asistimos actualmente a la imposición de un “todo digital” (p. 62) en el que las comunicaciones formales o informales, las compras, la educación, la lectura ocurren a través de las pantallas. El pensador subraya la importancia de mantener la pluralidad de las culturas escritas.
En un contexto dominado por la tiranía del algoritmo el autor expresa la necesidad de una pedagogía digital que proponga a los lectores correrse de sus hábitos. Una pedagogía de este tipo deberá estar orientada a la protección de la “posibilidad de lo inesperado, de lo sorprendente” (p. 71), así como de la transmisión a los usuarios de las redes digitales de “la necesidad de la incredulidad, del control y de la comprobación, de la duda sistemática y del respeto por el conocimiento” (p. 67).
Ambos capítulos destacan el lugar que debe ocupar la política en el contexto descrito, en tanto tiene el poder de modificar las prácticas. Chartier hace hincapié en la necesidad de la implementación de medidas que protejan a las librerías, a las editoriales y a las bibliotecas de su desaparición. Esas medidas podrán adquirir variadas formas, entre las que el autor destaca las subvenciones, los préstamos y las exenciones fiscales, ya que se trata, en última instancia, de instituciones y espacios imprescindibles para el acceso al conocimiento verdadero.