Derechos del lector

Daniel Pennac

Los derechos del lector

En el año 1992, Daniel Pennac, un teórico francés de la literatura, específicamente de la didáctica de la literatura, publicó un ensayo titulado Como una novela, que puede consultarse en la biblioteca del CeDIE. En el último capítulo, el autor enuncia lo que él denomina los “Derechos imprescriptibles del lector”. Como cualquier lista de derechos, el autor nos concede la posibilidad de no hacer uso de ellos. A continuación, los enumeramos y realizamos un breve comentario acerca de cada uno. Además, los ponemos en tensión, ya que los relacionamos con diversos aspectos de la actualidad y con el funcionamiento de la lectura en la escuela y en la biblioteca y también con nuestra tarea docente.

  1. El derecho a no leer

El deber de educar –dice Pennac- consiste en el fondo en enseñar a leer, en iniciar en la literatura, en dar los medios para que cada quien juzgue con libertad si los libros son necesarios o no en su vida. Sin embargo, aclara, “es una tristeza inmensa, una soledad en la soledad, estar excluido de los libros”. Este derecho pone en crisis, sin duda, la idea de “lecturas obligatorias”. Sería interesante observar cómo funcionaría este derecho en la escuela, sobre todo en la clase de Literatura.

  1. El derecho a saltarse páginas

¿Quién no se ha saltado alguna vez varias páginas de un libro, por diferentes razones? ¿No asistimos actualmente a novedosos modos de leer, relacionados directamente con las tecnologías de las que disponemos, que distan demasiado de la lectura de principio a fin de un texto? Pennac dice que todos deberíamos saltearnos páginas, ya que no es necesario renunciar a la lectura de libros cargados, por ejemplo, de numerosas y larguísimas descripciones. No obstante, advierte, la decisión es de cada lector particular; si el lector no decide por sí mismo, otro lo hará en su lugar y es allí donde aparecen los recortes y reducciones de los clásicos, por poner un ejemplo.

  1. El derecho a no terminar un libro

“¿El libro se nos cae de las manos? Que se caiga”, afirma Daniel Pennac. “Abrí, leí, y muy rápido me sentí hundido por algo más fuerte que yo”. Hay muchos libros que por la razón anterior, nos quedan en lista de espera; la noción de “madurez”, dice el autor, resulta curiosa en materia de lectura. “Cuando nos creemos con suficiente madurez para leerlos, empezamos de nuevo”, y puede que esa sea una nueva oportunidad de no terminarlo. Lo prudente, dice Pennac, es realizar el mapa de los propios gustos. Y aceptar la posibilidad de que algún autor que goza de popularidad en nuestro círculo cercano, no nos guste

  1. El derecho a releer

Este derecho no precisa demasiados comentarios. ¿Quién no se ha maravillado con el reencuentro con libros leídos anteriormente y, en ese reencuentro, no se ha saltado ni una sola palabra? Nos hallamos en la alegría del reencuentro, en el encanto de la permanencia, parafraseando a Pennac. Por otra parte, consideramos pertinente añadir el derecho a leer sin restricción de edad, es decir, transgrediendo las imposiciones editoriales que pretenden una división taxativa del público lector en infantil,  juvenil y adulto.

  1. El derecho a leer cualquier cosa.

En este punto, Pennac hace uso de la palabra “prudencia”. En las etapas de alfabetización primaria, es necesario que maestros y maestras se cuiden de no prohibir en absoluto las elecciones de quien pretende leer. Las impresiones a las que hemos arribado las hemos obtenido pasando por muchas lecturas de las que tal vez no tengamos registro. Una de las grandes alegrías de quien enseña, dice Pennac, consiste en observar a los estudiantes cerrar solos las puertas del bestseller. En la escuela, este derecho plantea desafíos lectores: tenemos derecho a leer cualquier cosa, pero es la escuela donde los profesores inician a los estudiantes en la lectura de textos a los que de otra manera no tendrían acceso. Asimismo, lectores y lectoras tienen derecho a recorrer todos los anaqueles de la biblioteca en busca del libro que despierte su curiosidad; tienen derecho a reclamar el tiempo y el espacio necesarios para hacerlo.

  1. El derecho al bovarismo.

El término “bovarismo”, hace referencia a Madame Bovary, protagonista de la novela del mismo nombre, del escritor francés Gustave Flaubert. Emma Bovary leía novelas y se había propuesto ser como las protagonistas a las que frecuentaba en las ficciones. Esta actitud, dice Pennac, es una actitud típicamente adolescente, identificatoria. Forzar esta etapa de la lectura nos aleja de nuestra propia adolescencia, y nos priva del placer incomparable de prescindir mañana de los estereotipos que hoy parecen fascinarnos. “Cualquier cosa basta para alegrarme de la cuadriculada vida”, decía Julio Cortázar en uno de los textos de La vuelta al día en ochenta mundos (1967). “De allí la necesidad de que recordemos nuestras primeras emociones como lectores y de que levantemos un pequeño altar a nuestras viejas lecturas, incluyendo las más ‘tontas’”, dirá Pennac. En cuanto al entusiasmo, la escuela debería capitalizarlo, o como dice Cortázar en el texto ya mencionado, inventar un lugar de revelación y de encuentro, algo que lave de los momentos en que no ocurre nada más que lo que ocurre todo el tiempo.

  1. El derecho a leer en cualquier parte.

En la cama, en el colectivo, al aire libre, en la mesa, en la biblioteca. “Dime dónde lees…”. Como lectores tenemos el derecho a leer en cualquier parte, y nos parece no hacen falta más explicaciones. Actualmente, deberíamos añadir a este derecho, el derecho a leer en cualquier soporte, esto es, monitores, pantallas, e-book, etc.

  1. El derecho a picotear.

En este punto, recordamos al escritor argentino Macedonio Fernández (1967), en Museo de la novela de la Eterna, cuya dedicatoria “al lector salteado” dice: “Quise distraerte no quise corregirte, porque al contrario, eres el lector sabio, pues que practicas el entreleer que es lo que más fuerte impresión labra”. Lo cierto, dice Pennac, es que hay libros que se prestan mejor al picoteo que otros. Cuando no se tiene tiempo ni los medios para tomarse una semana para leer un libro, “¿por qué rehusarse el derecho de pasar allí cinco minutos?”. Deberíamos plantearnos acerca de los nuevos modos de entreleer, relacionados como mencionamos anteriormente, con las tecnologías de las que disponemos actualmente. La Biblioteca puede ejercitar este derecho proponiendo lecturas por capítulos de novelas cortas, con cierta periodicidad.

  1. El derecho a leer en voz alta.

Lectura silenciosa, lectura grupal, lectura individual; la escuela ha sido la encargada de clasificar varias de las formas de la lectura. El silencio ha logrado dominar la escena áulica, como si del papel el conocimiento viajase “directo del ojo al cerebro”. El entendimiento de un texto, nos dice Pennac, pasa por el sonido de las palabras, que es de donde brota su sentido. Quienes leen en voz alta se exponen de manera absoluta a los ojos que lo escuchan. Cuando se lee de verdad, la lectura en voz alta se convierte en un acto de simpatía tanto con el auditorio como con el texto y su autor.

  1. El derecho a callarnos.

Nuestras razones para leer, dice Daniel Pennac, son tan extrañas como nuestras razones para vivir. El derecho imprescriptible del lector a permanecer callado tiene que ver con que no debemos dar cuenta a nadie sobre nuestra íntima relación con los libros y con la lectura. Leemos y punto. En relación con las instituciones, específicamente la escuela, se debe dar cuenta, en tanto estudiante, de lo que se lee; por lo cual, el derecho a callarnos está más relacionado con la lectura en ámbitos no institucionales. La Biblioteca es el espacio en el que este derecho se ejerce con más fuerza, donde se habilita un espacio para el silencio, el divague y la contemplación.

 

Referencia bibliográfica

Daniel Pennac [1992] “El qué se leerá (o los derechos imprescriptibles del lector), Colombia, Norma, 1997.

Julio Cortázar [1967], “Hay que ser realmente idiota para…”, en La vuelta al día en ochenta mundos, Madrid, Debate, 1995.

Macedonio Fernández [1967], Museo de la novela de la Eterna, Buenos Aires, Corregidor, 2004.

 

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