Nace en el valle.
Se forma en Buenos Aires
y después vuelve.
Juan: Cada hombre tiene su casa.
Yerma: Y cada mujer la suya.
Juan: Las ovejas dentro del redil y las mujeres en su casa. Tú sales demasiado.
Yerma: Justo. Las mujeres dentro de sus casas. Cuando las casas no son tumbas. Cuando las sillas se rompen y las sábanas de hilo se gastan con el uso. Los hombres tienen otra vida, los ganados, los árboles, las conversaciones; las mujeres no tenemos más que esta de la cría y el cuidado de la cría.
Actriz y directora.
Su legado no sólo se remite a la escena y al oficio;
su llegada a Neuquén marca un referente.
Juan: Te empeñas en meter la cabeza por una roca.
Yerma: Roca que es una infamia que sea roca porque debería ser una canasta de flores y agua dulce. Yo he venido a estas cuatro paredes para no resignarme. Cuando tenga la cabeza atada con un pañuelo para que no se me abra la boca, y las manos bien amarradas dentro del ataúd, en esa hora me habré resignado. Quiero beber agua y no hay vaso ni agua, quiero subir al monte y no tengo pies, quiero bordar mis enaguas y no encuentro los hilos.
Sus grupos de teatro son semilleros:
giras, presentaciones,
resistencia.
Sienta precedentes, marca líneas de acción.
Varón: Todos los campos son iguales.
Yerma: No. Yo me iría muy lejos.
Varón: Es todo lo mismo. Las mismas ovejas tienen la misma lana.
Yerma: Para los hombres, sí; pero las mujeres somos otra cosa.
¿Por qué hacer teatro?
¿Qué es la escena?
Yerma: ¡Ay qué prado de pena!
¡Ay qué puerta cerrada a la hermosura,
que pido un hijo que sufrir y el aire
me ofrece dalias de dormida luna!
Estos dos manantiales que yo tengo
de leche tibia, son en la espesura
de mi carne, dos pulsos de caballo,
que hacen latir la rama de mi angustia.
El arte escénico no puede separarse de la propia existencia.
¿Qué decir arriba de un escenario?
¡Ay pechos ciegos bajo mi vestido!
¡Ay palomas sin ojos ni blancura!
¡Ay qué dolor de sangre prisionera
me está clavando avispas en la nuca!
Pero tú has de venir, ¡amor!, mi niño,
porque el agua da sal, la tierra fruta,
y nuestro vientre guarda tiernos hijos
como la nube lleva dulce lluvia.
Lo que se dice tiene que tener peso.
Algo vital, transformador
Yerma: No es envidia lo que tengo, es pobreza.
La mujer de campo que no deja hijos es como un manojo de espinos.
Yo no debo tener manos de madre. Porque estoy harta, harta de tenerlas y no poder usarlas en cosa propia. Que estoy ofendida, ofendida y rebajada hasta lo último, viendo que los trigos apuntan, que las fuentes no cesan de dar agua, y que paren las ovejas cientos de corderos, y las perras, y que parece que todo el campo puesto de pie me enseña sus crías tiernas, adormiladas, mientras yo siento dos golpes de martillo aquí, en lugar de la boca de mi niño.
Creen que me puede gustar otro hombre y no saben que aunque me gustara, lo primero de mi casa es la honradez. Son piedras delante de mí, pero ellos no saben que yo, si quiero, puedo ser agua de arroyo que las lleve.
¿Cómo debe comportarse un/a actor/actriz sobre el escenario?
¿Y fuera de él?
Yerma: A veces, me sube como una oleada de fuego por los pies y se me quedan vacías todas las cosas, y los hombres que andan por la calle y los toros y las piedras me parecen como cosas de algodón. Y me pregunto ¿para qué estarán ahí puestos?
El arte como campo de batalla, como posición ideológica para transmitir ideas.
Yerma: Yo no pienso en el mañana, pienso en el hoy. Yo pienso que tengo sed y no tengo libertad. Yo quiero tener a mi hijo y dormir tranquila, y óyelo bien y no te espantes de lo que digo: aunque yo supiera que mi hijo me iba a martirizar después y me iba a odiar y me iba a llevar de los cabellos por las calles, recibiría con gozo su nacimiento, porque es mucho mejor llorar por un hombre vivo que nos apuñala, que llorar por este fantasma sentado año tras año encima de mi corazón.
El teatro como espacio político.
El teatro para decir.
Yerma: Mi marido es bueno, ¿y qué? Ojalá fuera malo. Pero no. Él va con las ovejas y cuenta su dinero. Cuando me cubre cumple con su deber, pero yo le noto la cintura fría como si tuviera el cuerpo muerto y yo, que siempre he tenido asco de las mujeres calientes, quisiera ser en aquel instante como una montaña de fuego. No soy una casada indecente, pero yo sé que los hijos nacen del hombre y de la mujer. ¡Ay! Si los pudiera tener yo sola.
Nota: los fragmentos en cursiva pertenecen a Yerma, obra de Federico García Lorca, uno de los autores más admirados por Alicia Fernández Rego.
Sitios de referencia: