Paul Auster, El cuento de Navidad de Auggie Wren, Buenos Aires, Sudamericana, 2006.
Nos llamó la atención este título de Paul Auster, que bien podría formar parte de las lecturas de verano; porque, ¿dónde está escrito que las lecturas estivales deben ser livianas, pasatistas, de lectura rápida? Y también, ¿no está demasiado extendida una idea muy estereotipada de lo que acontece por estas últimas semanas del año? Como dice el narrador de El cuento de Navidad de Auggie Wren, “¿es posible que alguien se proponga escribir un cuento de navidad insensible?”
Grata sorpresa nos llevamos en esta lectura, porque realmente el cuento desmonta la idea alegre de la navidad. Personajes solitarios, de extravagantes ocupaciones, excesiva nostalgia, todo esto relatado con ilustraciones de Isol; en verdad, un minucioso trabajo en la estética del collage, que habilita una lectura del relato en clave de libro-álbum.
El texto de Auster, según nos informa la contratapa del volumen, fue publicado en The New York Times el 25 de diciembre de 1990. Asimismo, en una puesta en abismo, al narrador de este relato le proponen escribir un cuento de Navidad. En esa situación, se encontrará batallando con los fantasmas de los “maestros del espíritu navideño”, y nombra a Dickens, O. Henry, etc. En este sentido, El cuento de Navidad de Auggie Wren entronca con la tradición del cuento publicado en periódicos, relacionada al origen del cuento moderno y, por otra parte, con la tradición de la literatura navideña.
Alejándose de los lugares comunes con los que se encuentra asociada la Navidad, Auster construye un relato dentro del relato en el que las soledades que pueblan una Brooklyn helada se encuentran furtivamente y en ese cruce simulan y aparentan: “Sin embargo, fingir la hacía feliz, y yo que no tenía nada mejor que hacer me sentí feliz de seguirle la corriente”.
Con un manejo magistral de la intriga, Paul Auster nos invita a poner toda nuestra imaginación en la recreación de la existencia de un puñado de almas que se encuentran contándose historias los unos a los otros, con el solo objetivo de pasar el tiempo y de sentirse menos solos; en esas historias, que todos nos contamos, no faltan la mentira y la invención. Después de todo, “mientras haya una sola persona que se la crea, no hay historia que no sea cierta”.