Tengo en mis manos la Historia de la Patagonia. Un mapa antiguo ilustra la tapa y pienso que no se parece mucho a la postal turística tan difundida que muestra a un pescador en alguno de los lagos neuquinos o el salto de las ballenas en algún spot publicitario.
Abro el libro: el índice es largo. Hojeo el libro y la primera frase que aparece ante mis ojos habla del “dilatado espacio patagónico”. Pienso que efectivamente el índice de una historia de nuestra región debería ser tan amplio como el espacio al que pretende referirse. Comienzo a recordar los paisajes con los que tuve la oportunidad de asombrarme muchas veces, los caminos interminables, algún que otro volcán que pude ver de cerca. No sé si devolver el libro a la estantería o adentrarme en sus más de cuatrocientas páginas.
Me intereso por un capítulo en especial; se titula “Los pueblos originarios”. Me gustaría saber cuáles fueron los avatares de pueblos como los onas o los tehuelches, ya que escuché varias veces estos nombres pero nunca me detuve lo suficiente ni tuve la oportunidad de conocer versiones que me llevaran a saber de quiénes se trataba.
En la introducción del libro ya había leído que los estudios históricos en Argentina adoptaron tradicionalmente una perspectiva que trataba esta temática como un capítulo separado del conjunto. Esta forma de ver las cosas tenía que ver con unas “fronteras internas” que separaban a la sociedad blanca de la sociedad indígena, según nos dice la autora; y a éstas, añade otras, las fronteras administrativas, a las que denomina “fronteras impuestas”. Empiezo a comprender un poco la importancia de las fronteras. En otra parte del libro leo algo de la Patagonia entendida como “desierto”, es decir, la idea ampliamente difundida de que cuando arribaron a estas tierras los primeros europeos antes no había nada, como si “nada” pudiese existir. Pienso entonces en “campaña del desierto”, esa frase que tanto escuché, cuando iba a la escuela primaria pero también últimamente, pero de la que en verdad no conozco tanto, y del capítulo dos voy al capítulo seis, son contadas las veces en que puedo leer sostenidamente y de corrido, pero esto no impide que pueda relacionarme con cualquier clase de libros.
Vuelvo al índice, y ahora elijo el primer capítulo. Trata de la geografía patagónica; la mirada de la autora se mezcla con los ojos asombrados de los primeros cronistas europeos. De ellos sí conozco algo, pude leer algunas crónicas en mi época de estudiante. Las cosas que escribían a veces parecen delirios; no se me ocurre cómo debe ser llegar de Europa a estas tierras; no encuentro en este momento adjetivos. Ahora sí que no sé si seguir leyendo, y de repente quiero saber qué es “la cuestión Malvinas”. ¿Qué hay en esas islas que las convirtió históricamente en objeto de disputa? La información es mucha y me intereso cada vez más. Por hoy no seguiré leyendo. Tengo que devolver el libro; tal vez lo lleve nuevamente, pero en otra ocasión, Me gustaría leerlo durante algún viaje, contemplando la Patagonia por la ventanilla, mirándolo todo con asombrados ojos, preguntándome cómo es posible tanta extensión, porque a mí también muchas veces me pareció inverosímil tan vasto espacio.