Cristian Carrasco, Control remoto universal

El día que llore

ya no podré parar

p. 36

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Cristian Carrasco, Control remoto universal, Rada Tilly, Espacio Hudson, 2017.

Tomar la muerte en las propias manos puede constituir un gesto que tal vez semeje el de tomar en las manos el control remoto, y sentarse a mirar tele, y empezar a cambiar los canales, y saberse seguro de tener el control. “No tenemos por qué temer / la ausencia de seguridades” (p. 17) asegura Cristian Carrasco, que tiene el Control remoto universal, título que lleva su último libro, editado por Espacio Hudson en 2017.

El voluptuoso poemario nos invita a llevar a cabo un ejercicio de amnesia anonadante a través de esa actividad que consiste en el frenético cambio de canal.  La pura duda, un canto a la indecisión, un elogio del zapping. Ahora bien: cuando se tiene el control universal a distancia, entonces resulta posible “relegar recién nacido / cada nuevo momento al pasado” (p. 25).

Los poemas se suceden ante nuestros ojos como una cantidad imprecisa de fotografías, de instantáneas cotidianas; el poeta hace zoom en los aspectos supuestamente profundos y graves de lo cotidiano, lo abstracto de lo cotidiano. Y “los ojos no pueden negarse” (p. 18), es decir, nuestros ojos de lectores no pueden negarse a la lectura de estos poemas, que además evoca o bien la sucesiva proyección de “una película en repetición automática” (p. 57) o bien el acto de darle play a un empolvado VHS en alguna antigua videocasetera, o bien el acto de hacer zapping.

Algo así como la posibilidad de ir cambiando los canales de la propia vida, o la de repasar la propia vida en la pantalla, o la de ganar vidas como en los videojuegos. Leer Control remoto universal implicará una ardua tarea de rebobinado, “a fuerza de retroceder en el tiempo / y evitar cada error” (p. 42). En la pantalla de la existencia, el poeta proyecta textos meticulosamente titulados, una numerosa cantidad de poemas que son también fotografías, videoclips de juventud, declaraciones de guerra a modo de manifiesto, haikus noventeros…y ¿quién se atrevería a negar la cualidad intrínsecamente poética de versos como: “el atardecer en ojos perdidos / es ansia de ojos nuevos” (p.18)?

Cuando abandona la búsqueda de una retórica grandilocuente, el poeta adquiere conciencia de “ser de tripas y corazón” (p. 19). El poeta tiene ojos nuevos: ve allí donde se “alimenta una mirada que no cabe en ningún ojo” (p. 24).  Control remoto universal nos hace saber que conocerse significa “compartir la ubicación / textura y profundidad / de nuestras heridas” (p. 23) o que “cada uno detiene su caída  / si lo comprende” (p. 18) y también que

en el videogame del karma

ganar una vida

es perder el juego (p. 52)

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